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La comanda Sudoku
Y llega el camarero y toma la comanda, normal. Se
pierde en un abrir y cerrar de ojos, ¿normal? Somos muchos en la mesa;
once para ser exactos y lo que le pedimos no cuadra. Cavilando en voz
alta como si estuviera resolviendo un Sudoku, no parece divertirse
jugando, pues ni siquiera nosotros entendemos nuestra propia comanda,
debe ser un Sudoku de nivel. Al final el pobre hombre logra entenderse a
sí mismo, y los clientes respiramos más o menos tranquilos. Quizás una
leve sospecha de la rifa de platos que está a punto de empezar… Pero
contentaos con el hecho, de que el camarero haya sudado el pedido y
resuelto su particular Sudoku de nivel profesional, al que los menos
habituados al juego no lograríamos resolver ni en un lustro. Y llega el
momento de servir los platos, todos tenemos nuestro boleto bien
agarrado, esperando que el reparto no se convierta en una tómbola de
feria, donde lo mejor que te puede tocar es la muñeca Chochona o la
muñeca Repollo. Se empieza a escuchar los nombres de los platos y los
comensales ganadores van alzando la voz reclamando lo que es suyo. Los
demás aguardamos que en la próxima rifa haya más suerte. Una nueva
oportunidad para ganar unas verduras a la brasa, una ensalada o unas
alcachofas. Allí llegan; a lo lejos, los clientes que aún participamos
en el juego, hambrientos y esperanzados, estiramos el cuello tal jirafa
intentando avistar nuestro plato. La suerte nos acompaña esta vez, y
cada cual recibe su primero. ¡Hemos ganado los once! Más relajados, con
el estomago lleno, llega el turno de los segundos; confiando en la
suerte que hemos tenido, nadie puede perder. Sin embargo y contra
pronóstico, aquellos que habían pedido el entrecot poco hecho y al
punto, reciben los platos intercambiados, y se dan cuenta demasiado
tarde. Pero no hay quejas, pudo haber sido peor. Imagínense, se podrían
haber confundido los primeros con los segundos, podrían haber traído
platos que no se habían pedido, podrían haber olvidado alguno, incluso
cambiar las comandas y traernos los platos de otra mesa. Así que
contentos y felices no había nada que decir. Pues presenciamos la
increíble habilidad de un camarero capaz de resolver un sudoku
imposible. Un privilegio ser testigo del posterior canto y el buen
reparto de los platos. Asombroso fue el momento, en que nuestra
comida se convirtió en una tómbola de feria; pues nadie, repito, nadie
esperaba ganar su muñeca “Chochona”, sin embargo los boletos estuvieron
más o menos bien repartidos y casi todos nos la llevábamos a casa. Una
gran experiencia que hizo olvidar el pequeño detalle, de que la dichosa
muñeca no gusta a nadie. Georgia ArnausEditora
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