Para millones de personas la hora del cocktail es la hora del Martini. Despierta veneración y desde que se mezclaron por primera vez la ginebra y el Vermut, de eso hace más de 150 años, empezó la búsqueda... la búsqueda del mejor Martini. Desde Jerry Thomas, el primer gran bartender de la historia, pasando por Julio Richelieu, que oficiaba en Martínez localidad próxima a San Francisco, hasta el reconocido Martini di Arma di Taggia, que lo creó en el Hotel Knickerbocker para un Rockefeller de buen beber y de bolsillos cerrados, diversos han sido los progenitores a los que la historia ha otorgado la paternidad del Dry Martini. Mi fórmula: el barman recoge la copa helada del congelador, con suavidad la deposita en una bandeja de plata cubierta con un paño de hilo, le añade una aceituna –verde sevillana–; escanciando a continuación sobre el vaso mezclador lleno de diamantinos cubitos de hielo dos copas de helada Bombay Gin y unas sonrisas de Vermut seco (Noilly Prat o Martini seco), lo acaricia durante 15 segundos con la cuchara removedora y lo agita dos segundos más y lo sirve en la copa. Tras un twist o no de piel de limón se ofrece al feligrés entre almohadones, inmaculado, virginal, brillante. Así lo oficiamos en el Dry Martini Bar.
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